PROCERES DE HONDURAS

PROCERES DE HONDURAS
 
 
EL INDIO LEMPIRA
En el occidente de Honduras, entre las altas cordilleras de Celaque y Opalaca, se extendía antes del descubrimiento, el territorio llamado Cerquín. En esta época los españoles trataban con crueldad a los indios, les quitaban sus mejores tierras, los hacían esclavos y los obligaban a trabajaban de sol a sol.
Cuando los españoles llegaron a Cerquin, el Indio Lempira estaba en guerra contra otros caciques vecinos. Pero comprendió que sus peores enemigos eran los soldados extranjeros, que habían venido a robar sus tierras y libertad. Hizo entonces la paz con sus vecinos y formó una alianza guerrera con todas las tribus que vivían en el territorio que actualmente llevan su nombre o sea, Departamento de Lempira.
El 20 de julio se ha decretado DÍA DE LEMPIRA para que todos los niños de Honduras recuerden con reverencia al indio Heroico que supo morir en defensa de la libertad de su pueblo.
 
 
FRANCISCO MORAZAN
Nació en Tegucigalpa el 3 de Octubre de 1792. Su privilegiada inteligencia le permitió asimilar con rapidez los estudios que sus maestros privados le proporcionaron, y así continuó hasta su vida adulta hasta lograr una amplia educación. Se distinguió como SECRETARIO GENERAL del GOBIERNO de Don DIONISIO DE HERRERA.
Peleó contra el ejercito de Justo Milla en Comayagua, en donde por el escaso número de sus soldados tuvo que escapar hacia Choluteca, por la derrota sufrida; sin embargo Morazán recibió ayuda de Nicaragua y organizó un ejercito formado por hondureños y nicaraguenses. Exactamente en el sitio denominado La Trinidad, muy cerca de Sabana grande, peleó contra Justo Milla, venciéndole en forma aplastante lo que le trajo un gran reconocimiento como militar. Con ese mismo ejercito se trasladó a Comayagua y se proclamó Jefe de Estado.
Fue electo Presidente de Centro América en el año 1830, un año después de entrar victorioso a ciudad de Guatemala el día 13 de Abril de 1829.
JOSE TRINIDAD CABAÑAS
Nació en Tegucigalpa el 9 de Junio de 1805. Sus padres son José María Cabañas y doña Juana María Fiallos de Cabañas. Estudió en el Colegio Tridentino de Comayagua. En época en que el Coronel Justo Milla sitiaba la ciudad de Comayagua, el Sr. José María Cabaña, acompañado de sus tres hijos: Trinidad, Urbano y Gregorio, se presentó ante Dionisio de Herrera y le manifestó:"Señor, el peso de mis años no me permite acompañaros al campo de batalla pero aquí tenéis a mis tres hijos que pueden lo que yo debiera hacer, dispuestos a derramar su sangre al pie de la bandera que defendéis"
De esta manera, Cabañas inició la carrera militar en la que por su caballerosidad, arrojo y valentía llegó a alcanzar el grado de General. Desde el sitio de Comayagua en adelante acompañó al General Morazán en todas sus campañas.
La Asamblea General del Estado de Honduras instalada en Comayagua, eligió al General Cabañas presidente del Estado en enero de 1852. Su administración sólo duró tres años y medio, durante los cuales se dedicó hacer reformas materiales modificó la tarifa de aforos, protegió y fomentó la instrucción pública y sostuvo la paz interior del estado.
 
 
JOSE CECILIO DEL VALLE
Nació en la villa de Choluteca un 22 de noviembre de 1777, en cuna de un matrimonio de ricos hacendados. Desde temprana edad se trasladó con sus padres a Guatemala, donde radicó la mayor parte de su vida.
Cursó estudios en el colegio Tridentino y la Universidad de San Carlos, recibiendo además instrucción en Matemáticas, literatura, y varias lenguas. Obtuvo el titulo de abogado a los 22 años de edad, lo que le ayudó para servir en cargos del Gobierno Español. Fue fundador del Periódico "El Amigo de la Patria".
En 1821, tuvo el honor de redactar el Acta de Independencia de Centro América. Fue admirado y respetado por amigos y adversarios. Fue electo Diputado por Tegucigalpa y Chiquimula. Murió a los 58 años de edad el 2 de marzo de 1833. 






 JOSE TRINIDAD REYES


De las entrañas de la tierra, un enero de 1835, emergió un feroz rugido que todo lo sacudió. Repentinamente una lluvia de polvo comenzó a caer sin tregua sobre Tegucigalpa, el sol desapareció y la oscuridad cubrió la ciudad. ¡Es el fin del mundo! ¡El día del juicio final! gritaba la gente, corriendo despavorida hacia los confesionarios en las iglesias, con candelas de pino en la mano para no atropellarse en aquel tropel de pánico. Los sacerdotes tampoco sabían qué hacer ante semejante tumulto de pecados por absolver. Pero entre el escándalo y los golpes de pecho, un cura de negra sotana, mestizo de mediana estatura, labios burlones y piadosos, con la voz enérgica de la razón impuso calma y dijo a la multitud: "No se aflijan ni den escándalos; no es el día del juicio, sino un volcán cercano que ha hecho erupción; el peligro ha pasado y el polvo dejará de caer dentro de poco tiempo". Era José Trinidad Reyes, presbítero hondureño que entrelazó el ejercicio del púlpito con las artes, el cultivo y enseñanza de las ciencias, y una militancia política del lado de las ideas más liberales, por las que fue perseguido y detenido en alguna ocasión. Aquel afán civilizador del padre Reyes dejó a Honduras su primera Universidad (la actual Universidad Nacional de la que Trinidad Reyes fue su primer rector en 1847), y la herencia de una importante tradición teatral todavía presente entre nosotros.
Pese a esto, la vida y obra de Trinidad Reyes son poco conocidas y pobremente divulgadas entre las nuevas generaciones. Su retrato y su nombre sólo se miran en los murales que los niños de las escuelas construyen todos los años cuando llega el 15 de septiembre, fecha de la independencia de Centroamérica. Entre ribetes de color azul y blanco aparece el padre Reyes junto a otros importantes personajes de la Independencia. (Es curioso que los héroes de hoy fueron los villanos y sediciosos del ayer, algunos incluso asesinados, como Francisco Morazán -y Sócrates- por perturbar la moral y corromper al pueblo con sus ideas). En esas fechas suele haber tanto ruido de tambores y trompetas que pocos maestros se toman la tarea de explicar, a los niños y jóvenes, el significado que las vidas de esos personajes de los murales tienen para nuestro presente. Es lo que ha ocurrido sobre todo con José Trinidad Reyes.
Señala Octavio Paz que para la mayoría de frailes y monjas de la colonia el claustro era una carrera, una profesión. En el caso del padre Reyes fue donde buscó y halló el reconocimiento y las oportunidades de formación que su condición de mestizo le negaban, en un tiempo donde la educación era patrimonio exclusivo de españoles criollos y nobles. José Trinidad Reyes había nacido en Tegucigalpa en 1797; su padre, un maestro de música, le enseñó lo básico del oficio, lo suficiente para que ganara el puesto de ayudante del Maestro de Capilla en la catedral de León en Nicaragua, donde perfeccionó sus habilidades de músico, mientras estudiaba en la universidad. Fue entonces cuando decidió entrar en la Orden de los Recoletos, ordenándose de sacerdote en 1822. Pero en 1824 la anarquía se desató en Nicaragua; los Recoletos fueron expulsados y tuvieron que emigrar a Guatemala, uno de los centros culturales más importantes de la colonia, donde Reyes luego de una larga odisea burlando los cerrojos de clase impuestos a su origen plebeyo, finalizó su formación humanista y religiosa.
El padre Reyes regresa a Honduras en 1828, con permiso de sus superiores para una temporada cerca de su familia. Al año de su llegada es testigo de la revolución liberal de 1829, que suprime las órdenes monásticas en Centroamérica. Reyes queda entonces como sacerdote secular. Imposibilitado para regresar a Guatemala, pone su residencia definitiva en Tegucigalpa, que hasta su muerte en 1855 sería el escenario de su abundante actividad religiosa, cultural y artística. Lo que fue una desgracia para las órdenes religiosas -comenta Ramón Rosa, un bohemio intelectual de más tarde en el siglo- resultó una fortuna para Honduras.
En el caribe hondureño los meses que preceden a la Navidad son meses de mucha lluvia: una feliz llovizna que torna agradable a un clima desaforadamente caluroso gran parte del año. También por estos meses la gente en el campo y la ciudad -incluso en los lugares más remotos- suele reunirse para representar las pastorelas o posadas, una tradición teatral de la Europa Medieval, que desde el México colonial fue difundiéndose por toda Centroamérica. Pues bien, el padre Reyes tiene el mérito de haber traído a Honduras esa antiquísima tradición teatral, poniendo los cimientos para el aparecimiento posterior del teatro. Han sido las pastorelas que él mismo escribió y musicalizó su obra más representativa y conocida. Su originalidad fue haber adaptado ese formato teatral a la cultura propia del campo y la ciudad hondureños, y haber utilizado ese esquema para referirse artísticamente a las situaciones sociales y políticas de su tiempo. Reyes representaba estas pastorelas en las iglesias de Tegucigalpa. Actualmente teatro la fragua ha adaptado algunos de los diálogos pastoriles del padre Reyes en su obra Navidad Nuestra, que también se representa en las iglesias de Honduras, y que con el tiempo se ha convertido en un clásico del teatro hondureño contemporáneo por su mezcla armoniosa de las diferentes tradiciones presentes en la Navidad hondureña.
De estas pastorelas la más lograda poéticamente lleva el nombre de Olimpia. El nombre probablemente está inspirado en la feminista francesa Olimpia de Gouges, asesinada por su lucha para la igualdad entre hombres y mujeres en la Revolución Francesa. Supongo que Trinidad Reyes conocía la historia de aquella mujer porque él mismo, y en esto se adelantó con escándalo a su tiempo, fue un polemista a favor de los derechos de la mujer (los personajes femeninos de sus pastorelas son mujeres con mucha voz). Es celebre un escrito suyo aparecido con el seudónimo de Sofía Seyers, todo un manifiesto feminista, donde Reyes aboga porque se cumpla en las mujeres el derecho más elemental de la educación. Muchas de las ideas expresadas por Reyes en ese artículo están inspiradas en las socialistas francesas y en las ideas ilustradas de la Revolución Francesa, de las que el padre Reyes en su faceta política fue un gran divulgador.
Por su talante afín a la Ilustración, y a lo mejor del humanismo y arte religioso, el padre Reyes estaba convencido de la importancia de las artes (del teatro en particular) como instrumentos para civilizar y hacer progresar a las naciones. Durante su vida en Tegucigalpa libró grandes batallas contra los excesos del fanatismo y la superstición política y religiosa. A Tegucigalpa dio su primer piano, su primera imprenta y su primera biblioteca; ayudó y consoló a las víctimas del cólera asiático; fue un luchador contra la pobreza y sus causas, asistiendo a los pobres e insistiendo en su derecho a la educación no sólo en asuntos de la fe, sino también en asuntos más mundanos como la cultura y las ciencias. Un cura liberal que no veía ninguna contradicción entre jugar a las cartas o al billar y predicar sobre las virtudes a las que todo humano debe aspirar.



Reyes no tuvo el porte de una Sor Juana Inés de La Cruz -o de un Rubén Darío con quien desigualmente han querido compararlo-, en el sentido de la influencia que la vida y obra de sor Juana y Darío han tenido no sólo para México o Nicaragua, sino en la cultura del mundo en general. Trinidad Reyes tuvo un talento modesto y la influencia de su obra no salió -ni ha salido- del espacio doméstico hondureño. Sin embargo, en la sencillez y modestia de sus talentos, representó una gran luz de arte, ciencia y cultura para la Honduras de aquella época, algo parecida a la nuestra en pesares, desengaños, y esperanzas, necesitada también como la nuestra de creatividad y nuevas ideas. A los intelectuales dejó una universidad y a los artistas hondureños la esclarecida convicción de las artes como un Monte Tabor donde las personas se transfiguran y transforman su mundo.






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